Todos los policías que hemos prestado servicio en Brigadas de Seguridad ciudadana, en algún momento de nuestra carrera nos hemos encontrado en la situación de prestar ayuda a un turista extranjero que víctima de algún delito, precisaban de ella. La gran mayoría de nosotros los hemos atendido lo mejor que hemos podido, auxiliándolos no solo en el ámbito policial sino también en el asistencial, ayudándoles a buscar talleres y alojamiento, cancelando las tarjetas de crédito robadas e incluso acompañándoles a estaciones de trenes ó terminales de autobuses. Intentamos comunicarnos en su idioma si ellos desconocen el nuestro, y si no hemos podido, buscamos un traductor que nos ayude a entenderlos. Incluso dentro de nuestro cuerpo existe una Oficina de Atención al Turista Extranjero que tiene por finalidad atender a los turistas que han sido objeto de delitos, para que este percance le sea lo menos amargo posible.
Pues bien, este modelo policial de atención al ciudadano con el que trabajamos los policías españoles día a día, es el que nos diferencia de otras policías europeas a las que muchos de nosotros consideramos eficaces y en muchos aspectos miramos con envidia. Esta diferencia entre policía española del resto de policías, la he comprobado en primera persona durante un viaje que hice a París este verano, y donde cambié el papel de ser policía por el de turista víctima de un robo.
Uno domingo por la mañana antes de finalizar mis vacaciones en París fui dejar unas cosas a mi coche, el cual tenía aparcado en una calle cerca del barrio de Montmartre (para los que conozcan el lugar). Cuando me acerque al vehículo vi que me habían fracturado la ventanilla del la puerta delantera derecha y se habían llevado algunas cosas que tenia dentro de la guantera. Lo primero que hice con ayuda de un familiar que lleva varios años trabajando en Francia fue llamar al 17, que es el número de emergencias de la Police Nationale (Policía Nacional). Ingenuo de mi esperaba que me enviasen una patrulla para que viesen el coche y me informaran donde tenía que ir a poner la denuncia, y por el contrario lo único que nos dijeron por teléfono es que me acercara a la comisaría más cercana a informar de lo sucedido.
Cuando llegamos a la comisaría que nos habían indicado, preguntamos a un agente donde podíamos dejar el coche mientras poníamos la “denuncia”, contestándonos que no sabía y que aparcáramos donde hubiese un hueco, así que estacionamos frente al edificio policial en una zona que aparentemente estaba reservada a vehículos oficiales, pero con el cristal de la ventanilla roto no me quise arriesgar a aparcarlo lejos de allí. La verdad es que tampoco ninguno de la veintena de policías que había a la entrada de comisaría me dijo nada, así que lo dejamos ahí.
Cuando íbamos a entrar en el edificio, un agente nos abordo para preguntarnos qué es lo que queríamos. Mi familiar fue el que se dirigió a él para explicarle lo sucedido, puesto que yo no hablo ni papa de francés. Lo único que pude entender es que el policía francés la preguntó si era turista español, y al contestar afirmativamente, este nos dijo que la denuncia la tenía que formular en España y allí solo me iban a dar un justificante (como si la policía española fuera a buscar y detener a los autores del robo).
Nos hicieron esperar en el hall del edificio, y pasados unos minutos este agente nos entregó unos folios traducidos al castellano donde tuve que escribir mis datos personales y lo que me había sucedido. Lo triste de todo esto es que no me dejaron ni un bolígrafo, menos mal que yo llevaba uno. En las hojas que tuve que rellenar no existía la calificación del hecho de robo en interior de vehículo ni había espacio donde poner la matricula del mismo, así que volvimos a preguntarle donde lo teníamos que hacer constar. Su respuesta fue que en Francia eso era ratería pero que marcase la casilla de hurto, y sobre la matrícula del coche nos indico que no hacía falta ponerla.
A estas alturas no daba crédito a lo que estaba sucediendo, y la forma en que me estaban atendiendo me parecía de chiste. Ahí estaba yo, apoyado en un mostrador y rellenado a bolígrafo una especie de formulario de denuncia donde según la policía francesa los datos que yo creía que eran importantes no hacía falta hacerles constar. Pero la guinda del pastel estaba por llegar. Cuando le entregué el formulario rellenado, sin comprobar ningún dato de los que yo había puesto, me le echaron un sello y con las mismas me lo devolvieron. Solo le falto decirme “¡ala, a España a denunciar que aquí tenemos cosas más importantes que hacer!”. No tuvieron ni el detalle de poner un número de registro ni quedarse con una copia, como si allí no hubiese pasado nada.
En ningún momento este policía, al cual le brillaba la simpatía por su ausencia, intento comunicarse directamente conmigo ni nos pregunto si necesitábamos alguna cosa, aunque fuese únicamente la dirección de un taller para arreglar el cristal. La verdad es que pienso que si esto es la ayuda que presta la Police Nationale al ciudadano en París, no me quiero imaginar cómo deben ser tratados los delincuentes.
Un buen ejemplo de servicio público.
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